En este punto, cabe recordar algunos conceptos: Las pinturas, se diferencian, las buenas de las malas por el contenido en sólidos (resina acrílica en el caso de las pinturas de fachada). Este sólido es el que forma la capa una vez que se ha evaporado el vehículo. Se llama vehículo al líquido que hace permanecer en estado líquido al sólido que queremos aplicar. Una vez aplicado, el vehículo se evapora y deja la esencia en el elemento aplicado.

¿Qué pasa con ese “peso”? Pues que, en términos prácticos, aplicar una pintura buena sobre una mala favorece el desprendimiento del conjunto, ya que, a menor contenido en sólidos, menos capa. Si aumentamos el peso, la capa inicial de menor peso y visiblemente mal adherida, ganará un exceso de peso cuya adherencia no podrá soportar. Así que, todos juntitos al suelo.

En resumidas cuentas, parecía evidente que, para el chalet del cliente, la solución inicial pasaba por eliminar todas las pinturas existentes y volver a pintar de nuevo desde cero.

¡Explicación al cliente y a currar! Empezamos a rascar la fachada. Parece que la pintura está mejor adherida de lo esperado en algunas zonas. Convencido de lo anterior y en plan purista que sale uno de la escuela, procedemos a decapar con calor. Quería toda la superficie de mortero a la vista. Pensaba por aquel entonces que tenía que llevar al extremo los planteamientos teóricos.

Y, mira por donde, mi insistencia me llevó al origen del problema. Con el mortero a la vista, empezaron a aparecer cantidades ingentes de eflorescencias (manchas de sales que arrastra la arena del amasado del mortero y que con la humedad o la acción del vapor de agua se arrastran a la superficie). Parece que ese muro de cerramiento sí transpiraba de verdad.